Ensayos

Imposible apagar tanto Diego

Explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco
llevándome

Alejandra Pizarnik

 

Años de perros

 

Hay un fenómeno que difícilmente sea  comprendido por quienes no son oriundos de estos pagos: en Argentina, el paso del tiempo es tan voraz como vertiginoso. Como si  fueran años de perro: nos pasan siete  en uno. No hay posibilidad de asentar la novedad que la siguiente ya está sucediendo.

Debido a esto, es probable que esto que escribo intentando digerir el sabor amargo del resultado de las elecciones Paso, a la hora de ser publicado quede añejo. Inclusive para mí.

En palabras de Peri Rossi “ Se escribe como se lanza botella al mar:

soñando con una playa, un lector, una lectora. Pero cuando por azar de los vientos y la conjunción errática de las mareas, la botella navegante llega a la orilla y alguien la recoge –lee el mensaje– hay que confesar: quien envió el mensaje está ya en otra cosa”.

Dejaré sin embargo este punteo en la orilla, seguiré, como muchos de ustedes, dándole vueltas a la almohada, repasando el mapa, como una invitación a seguir pensando,pero sobre todo, preguntando, escuchando, dudando, yendo hacia lo que se me opone, tratando de tender puentes.

 

Con la boca
Un familiar cercano se separó hace poco. Está atravesando lo que él denomina, el peor momento de su vida. Desde entonces, es un hombre arrastrando un calefón.

Durante este tiempo, he sido testigo ocular de su marcha fúnebre, la cual fue pasando por las ya conocidas etapas: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.

Recuerdo el día que descubrió que la pena no se había terminado, cuando cerró la puerta y giró la llave, sino que era apenas el comienzo.

Y también, con el pasar de los meses, cómo fue notando, que mucho de lo que creía de ella, era también de él. ¿Cuánto era de uno y cuánto del otro? ¿Alguien se atreve a trozar el asunto, a riesgo de amputarse? Los días se sucedieron, una ficha hizo caer a otra ficha, ningún clavo pudo tapar semejante agujero, pero algo perduró durante todo el proceso: no podía hablar de otra cosa. Como si no hubiera otra forma de asimilar la pérdida, que pasándolo una y otra vez por el tamiz de la palabra.

Acaso una forma de desahogar la sensación constante de tener que  “cambiar de embarcación en medio de altamar, y de noche“.

De manera  similar se vivió en muchas organizaciones sociales y políticas “la trompada” del resultado de las elecciones. Estamos en un franco duelo, del que quisiéramos huir, pero que inevitablemente, nos pone sobre las cuerdas y nos obliga a repensarlo todo.

Con el paso de estos días de perros,  intentamos digerir el sabor amargo que dejó en evidencia este considerable “giro a la derecha” que la sociedad expresó a través de las urnas.

Por más impotencia y rabia que nos de lo que está sucediendo, no es mi intención ceder a provocaciones y echar más nafta al fuego del tenor beligerante del debate, que en estos últimos años propusieron y alimentaron las redes sociales. Creo, en cambio, que estamos invitados a ejercer la herramienta política de la discusión y disputar el terreno simbólico, el cual fue sitiado considerablemente.

Todo esto en el contexto amenazante en el cual, en caso de ganar cualquiera de las dos fuerzas ultra derecha, nos terminen de sacar de las manos los laureles de las conquistas sociales que supimos conseguir.

No voy a imponer, sino más bien exponer mi postura, sin minimizar ni edulcorar:

Lo sabemos, el panorama es preocupante. Complejo. Nefasto.

Dicho en criollo: La soga viene con mierda, y hay que agarrarla con la boca.

 

Una procesión llamada interregno

A la hora de pensar la complejidad del asunto, creo que cabe considerar, entre otras cuestiones, que estos resultados se dan en el marco de un fenómeno post pandémico:

A nivel mundial, no solo no salimos mejores, sino que se concentró aún más la riqueza, agudizando la desigualdad.

Argentina no fue la excepción, donde el aislamiento preventivo se extendió por mucho tiempo, provocando un verdadero trauma social, del que todavía no hemos podido mesurar las consecuencias en términos de salud mental, y no solo dejó ver la brecha entre economía formal vs informal, sino que además, el advenimiento de las redes sociales, modificó las formas de hacer política.

Las redes sociales son un nuevo territorio (no sólo simbólico, sino real), que construye comunidades, crea sentido y configura formas de vincularse.

Por otra parte,  mirando el panorama mundial, en términos de cómo se agudizan las contradicciones de las relaciones de este capitalismo con pronóstico reservado que no termina de morir, donde la mano de obra humana empieza a ser reemplazada por máquinas, es muy difícil vislumbrar el retorno a corto plazo de los tiempos de  vacas gordas que propician la distribución de la riqueza y garantía de derechos.

¿Cómo llevar adelante el desafío de la construcción democrática en el marco de una desigualdad social en ascenso y una brecha económica abismal, que genera (no es ninguna novedad) frustración, enojo, resentimiento, violencia?

Si son tantos los cocineros que joden la sopa.

Se denomina interregno, a un período de tiempo transcurrido entre dos sucesos similares o complementarios.

Una suerte de procesión fúnebre, en cuyo cajón, buscamos depositar todo aquello que llevamos puesto y que empieza a descomponerse.

Con los pantalones por los tobillos, cantamos: mi vieja munda ya no es lo que era, ya no es lo que era,  pidiendo una limosna de fe, o acaso una manta retórica que cubra los temblores de esta noche.

Como si la marea de realidad se moviera mucho más rápido que la embarcación de nuestras categorías.

Lo viejo que no muere, lo nuevo que no aparece.

Se ara el porvenir con viejos bueyes.

 

Demasiados moretones, muy pocos encantamientos

Volviendo a los resultados:

*Por supuesto, un factor central fue el económico. La inflación, la pérdida de poder adquisitivo, la crisis habitacional. Los precios subiendo en ascensor y los salarios, por la escalera.La imposibilidad de ahorrar, de proyectar, de darnos un gustito. No podemos votar con la lengua, si nos duele la víscera más sensible.

*La crisis política e institucional de la democracia no empezó ayer, ni con la pandemia, viene de larga data. Hace mucho tiempo que las instituciones sociales no dan respuestas a los laburantes, lo cual lleva al descreimiento y la decepción.

*De los medios masivos de comunicación, ya mucho se ha hablado, no tienen reparo en usar sus chumbos, (son sicarios, trabajan para los intereses del poder real), pero no son la única variable, la gente no es ‘estúpida’ y se deja lavar la cabeza. (Esa subestimación de las masas no te la robo). Condicionan, sí fuertemente. Pero no determinan.

 * Estos resultados  pueden leerse (mal que nos pese) como un llamado de atención de un sector conformado por muchas personas sueltas, que no están (hasta hace poco no estaban) embanderadas bajo ninguna organización, que anhelan un orden más justo donde se paguen las consecuencias de los actos. Cabe aclarar: un ordenamiento no es equivalente a autoritarismo y abuso de poder.

¿Acaso el fantasma del autoritarismo y la represión nos llevó hacia el otro extremo?

Lo que se reclama es que la clase dirigente garantice una cierta estabilidad que permita organizar la vida, proyectarse, salir a ganarse el mango sin que sea equivalente a salir al campo de batalla. Vale aclarar, (permítaseme la ironía) la batalla real, no la cultural.

La de salir todos los días a ganarse el mango en el llano, en el que se intenta no perder la vida en manos de la delincuencia marginal, la prepotencia y ceguera institucional, los condiciones laborales precarias y los consensos sociales cada vez más descartables.

 

La viga en el propio

No diré nada nuevo: la realidad es compleja y para poder abordarla y transformarla, hay que también poder hacerse preguntas, dudar y reconocer las propias fallas.

Frente a semejante panorama, acaso apuntada por la espada coyuntural de Damocles, me veo en la obligación de revisar mi accionar, mi discurso, y los del movimiento político al cual pertenezco y me representa.

Acaso la tan mentada autocrítica no supimos hacer para no darle de comer a los carroñeros que cuentan nuestras costillas, con un palo a carcajadas, y a los cuales nos solemos ver recoger ningún guante.

Repaso las fotos que no quise ver, acaso por negación u holgazanería. Intento en medio de la vorágine de los días y la amenaza concreta de todo lo que puede irse por la borda, hacer una pausa, mirar por encima de las alcantarillas de los algoritmos, que como bien sabemos  valiéndose de del sesgo de confirmación, alimentan la polarización.

El problema es el otro, el fanático es el otro, ¿el poder real es el otro?

En la cuenta regresiva de cara a octubre, me propongo masticar el hueso de la realidad, aunque me ladre, aunque me muerda.

 

El lecho de Procusto

Creo que el gran ausente al banquete dialéctico de los últimos tiempos, sin duda, ha sido la escucha. Todo aquello que no cabía en el lecho de la corrección política o el relato oficial de Procusto, era degollado bajo el mote de facho, gorila, ignorante. Y viceversa.

Un señalamiento de lo que estructuralmente se caía a pedazos, ninguneado al son del tan gastado le hacés el juego a la derecha.

No escuchamos para dialogar, sino para reafirmar lo que ya pensábamos.

La cultura del ensimismamiento.

Una conversación endogámica sitiada por la segregación social (que la privatización secuenciada de la educación alimentó). La polarización a la orden del día.

Vengo hace rato rumiando  la sensación de  que  nos quedamos hablando entre nosotros, a fuerza de soplar  el gomón del autoconvencimiento para navegar contra la corriente, cada día. La corriente neoliberal (cuya represa se fracturó hace cincuenta años, dictadura militar mediante) que nos arrastra hacia un proceso de latinoamericanización, donde la gestión pública, debilitada y vapuleada, no puede garantizar los grandes bastiones que supimos conseguir: el trabajo en blanco (leáse vacaciones pagas, aguinaldo, obra social, paritaria), economía formal, plan de vivienda, el mejor salario de la región, educación y salud pública de calidad.

Al parecer, hasta hace algunos años,  para sentirse parte del campo nacional y popular, o movimiento obrero organizado, (como se prefiera), no había demasiadas condiciones.

Había que pertenecer a la clase obrera, y tener cierta consciencia de ello.

Sin embargo, desde que ingresó en la discusión, una suerte de  deformación  del concepto gramsciano de la “batalla cultural”, (el cual propone disputar el campo de las ideas), esto se tradujo en un revisionismo biográfico permanente.

En las huestes militantes se incorporó como práctica regular, el aleccionamiento académico constante cuasi civilizador, según el cual, para pertenecer ahora al movimiento había que: ser empático, amable, deconstruido sexualmente, poner el proyecto colectivo por sobre el individual, tener formación política y espíritu crítico, no consumir alimentos procesados, volver a la naturaleza y repensar cada decisión y acción cotidiana como gesto político. Bueno. Es un montón.

Lo moral se comió el grueso de la discusión.

Mientras tanto, en lo material, la precariedad y la informalidad, avanzaron calladitas y se fueron instalando para quedarse.

Por otra parte, para nuestra generación, que nació con la primavera alfonsinista, sufrió la debacle del 2001 y se enamoró de la política en la gesta heroica nestorista, ese milagro es acaso el lucero que nos conduce, aún en la más oscura noche. Para los jóvenes, en cambio, es un cuento viejo, una historia repetida. Un tango que les cuenta sobre la nostalgia de un país donde vale la pena sacarse los zapatos, dejar un pote de agua y pasto para alimentar a los Reyes Magos Justicialistas que no solo cumplen, sino que dignifican, una tierra fértil donde tirás una semilla y florece una oportunidad.

¿Por qué las jóvenes generaciones ofrecerían obediencia y conformismo a una forma de organización social que no los incluye y no les habla?

 

El milagro argentino

Interrumpo la transmisión para contarles una breve anécdota ilustrativa, soy fanática de las historias, sepan comprender.

Como bien sabemos, en toda Latinoamérica, el acceso a los medios de producción cultural,  y formación artística, es desigual. Esto se replica en el teatro, considerablemente.

Acá en Moreno, una muchacha de la periferia, hija de dos obreros sumidos desde siempre en la informalidad,  hizo a lo largo de veinte años un camino cuesta arriba en el camino de la actuación. Imagínese ser la primera generación que no solo quiere estudiar, sino que se da el tupé de elegir qué.

Su talento magistral ya asomaba cuando a finales de los noventa, cuando fue condecorada con el premio a actriz revelación por su papel en la obra “Limpieza” de la Comedia Municipal.

No es para menos: su presencia en escena es conmovedora, se mueve por el espacio escénico como una pantera, con esa fuerza sublevada de la supervivencia y esa intuición corporal arrolladora que le permite tomar decisiones en milésimas de segundos (como la mano del Diego, como el muslo del Dibu) con esa intensidad sensible, de todo lo que el corazón sabe expresar antes de entender. 

Un animal de la actuación.

A lo largo de los años, sin herencia ni respaldo alguno, corrió más de una coneja, pasó duras épocas de vacas flacas, luchó contra viento y marea.

Sin embargo, llegó a consagrarse, actuando en la prestigiosa sala Martín Coronado del teatro San Martín junto a grandes referentes de la escena nacional como Daniel Fanego y Roberto Carnaghi.

Consagró, a su vez,  a su comunidad,siendo un orgullo para todxs lxs nacidxs bajo el signo de la periferia, y por supuesto, un ejemplo a imitar por todxs lxs jóvenes que empiezan a soñar con poder dedicarse al arte.

Usted me dirá, “es un relato sobre el milagro del  esfuerzo personal”. Pero déjeme decirle que le falta una parte de la foto, acaso invisibilizada por la naturalización de ciertas conquistas sociales.

Esta muchacha, hija de cabecitas negras, justicialistas hasta la médula, se consagró sin dudas gracias a la persistencia del deseo, la disciplina y su talento incuestionable (recojo a medias el guante meritocrático, si es eso posible) pero además, y fundamentalmente, porque pudo formarse íntegramente en la educación pública (jardín, primaria, secundaria, terciario), además de contar con subsidios del estado que la ayudaron a formarse, trasladarse, pagar los servicios básicos, etc.

Pero la historia no termina acá: hoy en día, esta muchacha, se ha convertido en una mujer, que además de ser una excelente actriz es docente de la escuela pública. O sea, que de esta manera, ella devuelve a su pueblo, lo que le fue dado en su momento, iniciando a los jóvenes en ese templo mágico llamado teatro, ahora, del otro lado del mostrador.

En palabras de la poeta argentina Natalia Carrizo: Cada cual merece el jugo de los trapos que no lava, y esto, es parte de la justicia.

Nosotros, a ese milagro, lo llamamos justicia social.

Este fenómeno argentino, mediante el cual el pueblo financia a través del estados, la educación y salud pública,  lo que permite achicar la brecha de la desigualdad para que todas las Muchacha, todos los Césares Gonzalez, todxs las Camilas Sosa Villada, puedan.

Creo que por esta hendidura debemos trozar el relato: la justicia social no se trata de “que te regalen el pescado”, es un sistema de distribución de oportunidades cuyo objetivo es que cada individuo de desarrolle en lo que mejor le sale,  y su vez, se ponga al servicio de su comunidad.

Es cierto que con el pasar de las oleadas neoliberales, la casa justicialista se ha agrietado, pero la solución, es reaccionar (refaccionar) y reparar, no destruir el techo que nos cubre.

Una cosa más: les ruego que tomen nota del gesto poético.

La muchacha de esta historia, que no es un personaje de ficción, sino una persona real, nacida y criada en el barrio Rififi de Moreno, no se llama Carmen, ni Fátima, ni Malena.

Se llama Milagros.

 

Matar a la ballena

Quizá les dimos servido en bandeja nuestra contradicción no resuelta.

Quizá somos presa fácil de lo que nos fue impuesto.

Quizá nos quedamos contándonos las costillas mientras detrás nos pasaban los elefantes, llevándose todo aquello de lo que nos podíamos valer cuando llegara la noche.

Supieron aprovechar las circunstancias desfavorables (guerra, sequía, pandemia)  y nuestros propios errores a su favor.  Lograron que el partido que más se acercaba al interés nacional y popular (aún con todas las falencias que me he dedicado a detallar) se convirtiera en una ballena que se tragó  a sí misma, colocando parche sobre parche en una grieta que terminó por hundirse en el fondo.

Un combinado de fuerzas mediáticas, un mundo que gira estrepitosamente hacia la derecha, como una suerte de solución mágica que proponen ciertos falsos profetas, al problema estructural que no se resuelve, que no mata ni termina de morir: un sistema mortuorio que amenaza con depredar todo.

Más allá de todas las consideraciones y matices, el objetivo es claramente terminar con lo público , ya no lo ocultan, es más lo vociferan.

El proyecto de la dictadura: terminar con la justicia social. Lograron ponerle el bonete a la ballena, demonizada, aparentemente la responsable de todos los males.

Recordarán la famosa frase: no vienen por mí, vienen por ustedes. 

Escalofriantemente cierto.

No supimos repartir fichas, y el cielo ennegrece.

 

La nave de Teseo

La embarcación justicialista fue sufriendo a lo largo de las décadas, más daños que reparaciones.

Partió como el sueño dorado de la plebe: el ascenso social, la distribución de la riqueza, los días más soleados y felices. Y hoy nos vemos embarcados (y embargados) en un tifón sin precedentes (o sí), acaso con el capitán atado de pies y manos, el timón girando hacia la derecha, y una tripulación que se disputa entre defender  una embarcación podrida, que es mejor que ninguna, y el resto, arrojándose por la borda, al grito de “sálvese quien pueda”.

El alerta meteorológico viene haciendo sonar las alarmas desde hace rato y desde el otro lado de la intemperie, quienes hace cincuenta años vienen anunciando el naufragio definitivo, (que por momentos se parece a una más bitácora de la nostalgia que a un marco teórico aglutinante), se afilan los colmillos.

Este barco ya partió llevándonos, hacia una corriente que viene revuelta,y que dicho sea de paso, ya sabemos de quién es la ganancia  cuando esto sucede.

 Aún así, estamos convocados a separar la paja del trigo, poner sobre la mesa cifras, datos duros, y adentrarse en los terrenos hostiles de los discursos del odio, con el diálogo como escudo, que es otra forma de resistencia.

En palabras de Juan Gelman:  Hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir. Aunque es seguro que habrá más penas, y olvido.

Ojalá podamos transformar la tristeza en organización, la ira en movilización, dejando susceptibilidades y orgullos de lado, porque, no seamos ingenuos, gane quien gane, puestos a elegir “lo menos malo” el que pierde, es el pueblo.

Tiempos oscuros se avecinan. Nos toca atravesar la tormenta, compatriotas.

Que el corazón nos guíe y la fuerza nos acompañe.

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